Kutimuy o tiempo del retorno



Hace muchos años oí en un congreso, a un Jefe de una Tribu Dakota o abuelos como les decimos los hombres andinos, lo siguiente: “…se acabo el tiempo del lobo solitario, es hora de juntar a la manada”. Nuestros abuelos siempre nos dicen en lengua “Quechua” que es tiempo del retorno o “kutimuy”, pues somos una gran familia, una sola raza: La Raza Humana. El renacer de la humanidad se está dando; los abuelos están revelando el conocimiento que ha sido guardado por casi 500 años y es hora de juntar a la gran familia de luz, a la hermandad del arcoiris, ya que desde hace miles de años el arcoiris es la bandera de nuestros pueblos andinos y estamos convencidos que hermanos y hermanas de diversos lugares del planeta, están llegando a nuestros pueblos para juntar a esa gran familia a la cual llamamos en lengua Quechua “Waijipanikuna”…
Transmite:
Emilio Urbay
Músico
Perú

La Vida se prolonga en el Instrumento Musical



En nuestra cosmovisión, las aves de las montañas y las marinas son seres o espíritus mensajeros de otros mundos y son de mucho respeto. Las aves marinas no solo emiten paz cuando están vivas, sino también cuando mueren de forma natural, pues sus plumas son usadas para hacer antaras en donde el constructor y ejecutor hace sonar las plumas las que al ser sopladas imitan sus sonidos y los del mar, emitiendo ondas que curan el alma y espíritu armonizándolos. Así, la muerte es solo un estado físico, pues estas aves dan su mensaje de paz hasta después de muertas.

Construir instrumentos con las plumas de estas aves no solo significa hacerlo sonar armónicamente; también se le pide permiso al mar y al ave que dio sus plumas para este fin; de tal forma, creemos que es una relación de respeto; contrario a ello no tendría sentido construir o hacer sonar este instrumento musical: Hay que pedir permiso; ésta es una costumbre milenaria en nuestros pueblos…

Transmite:
Emilio Urbay
Músico
Perú

Sonqoy Waman: Corazón de Halcón


La vida del ser humano, en este caso, la vida del hombre andino se concibe desde su nacimiento hasta su muerte como una serie de enseñanzas.  Los hombres andinos transitamos por diversos caminos por los cuales nos lleva la vida.  Creemos que ésta es muy corta como para desperdiciarla en pensamientos negativos, como la envidia, el mal uso de las energías, el reincor, la escasez de valores, entre otras cosas negativas, por lo que no perdemos tiempo pensando en eso.  Sin embargo, persona que se porta así en la vida, haciendo cosas malas y desperdiciándola, está pasando por una etapa de comprensión de su vida misma, y aunque lamentamos su vida miserable, lo comprendemos.  Nosotros pensamos más en el trabajo de la tierra que nos rinde sus frutos, a la cual la queremos como nuestra madre y en mi caso, mi trabajo, que nosotros llamamos misión, es la música.  Creemos que todo es un proceso de cambio, para el bien de nosotros y de nuestros semejantes que consideramos como hermanos, y que para llegar a los niveles de conciencia espiritual elevado, tenemos que pasar tanto, por etapas de comprensión básica, como por etapas oscuridad de la vida: Esto es conocimiento de nuestros abuelos o Yachachis quienes son inspirados por los Apus y wamanis, ésta últimas, son las aves que traen el mensaje de los dioses a la tierra.

En este devenir de cosas y cambios, mi experiencia como músico, como mencioné anteriormente, transitó también por etapas oscuras, y no solo en la música, también en la vida misma, para comprender que no era necesario ese camino. Tuve que pasar por la oscuridad para comprender qué cosa era la luz, al igual que muchos de nuestros hermanos andinos que pasan por estas experiencias hasta comprender su verdadero camino.

Estos pensamientos, son pensamientos muy antiguos.  En mi caso, como muchos hombres del andes, los heredé por transmisión oral y espiritual, de nuestros abuelos y padres:
Yo de niño oía en lengua Quechua que es mi segundo idioma:  En Supe-Caral por mi madre y en Huanta-Ayacucho por mi padre, considerando que los primeros son gente del mar y los segundos, gente de montaña.  Yo  aprendí que ambas cosas son muy complementarias en la vida y pude ver mi camino desde muy niño; sabía que iba a transitar por momentos de oscuridad, momentos difíciles que para nosotros son pruebas de la vida, ya que no conocemos el castigo de los dioses, porque todos somos seres buenos: “no existe ser malo, sino, menos bueno”.  Desde muy niño sentí el llamado de las olas del mar, el sonido de los pájaros, de las piedras, los insectos y así aprendí la música. Antes de tocar algún instrumento, yo aprendí de ellos la música y más adelante, aún siendo niño, cuando viví en Huanta-Ayacucho, aprendí la música del sonido del viento cuando pasaba por la montañas, el aullido del zorro, el sonido de la paca paca (ave), el canto nocturno del búho o tuco, así como los cantos de la gente que va contenta a su trabajo  para cultivar la hoja de coca.

El aprendizaje es eterno.  En este momento soy Emilio Urbay; en otro momento, tal vez sea una planta, un árbol, un animal, pues para nosotros todo tiene vida y de todo se saca un mensaje.  Hoy, después de mucho tiempo de esta comprensión, de aceptarme y desprenderme de muchas cosas, tomé el camino por el que los Apus y los dioses me guiaron para expandir esta música a todos los hermanas y hermanos de la tierra o alpamama.

Puedo recordar, que cuando era muy niño, mis tíos y yo nos perdimos una noche en una gran lluvia que no nos dejaba ver.  De pronto, sentí un gran fuego que me quemó la espalda.  Cuando desperté, fui levantado por mis tíos. Había yo sido  pegado por un rayo y estaba muy asustado.  Al tiempo, mis abuelos estaban muy preocupados porque en la sierra existe la creencia que uno puede morir de susto.  Yo no sabía lo que significaba el rayo.  Así, un jampi o curador llegó a la casa de piedra en donde yo descansaba; vi su mano ensangrentada y en quechua le decía a mi abuelo: “tiene que darle ésto para que pueda sacarlo del susto”.  En esos instantes seguía sin comprender.  Lo que había sacado el jampi era el corazón que le había extraído a un halcón; mi abuelo me lo acercó a la boca y yo lo comí con un poco de asco, pero lo tragué.  Luego tuve el rezo con tabaco y sonajas.  Al día siguiente, estaba en perfectas condiciones.  Fue una noticia en el pueblo que el rayo me había caído y no me había matado.  Años después comprendí que en nuestra cosmovisión, el rayo o illapa te elige para una misión especial en la vida, y la mía es hacer música, y con ella no solo  alegrar los corazones de los hombres del andes, sino también, de todos los hermanos y hermanas del mundo.  Desde entonces tengo el apelativo de SONQOY WAMAN o corazón de halcón.  Esta historia, solo conocida por mi familia y la gente del pueblo, la comparto ahora con ustedes.

Emilio Urbay
Músico
Perú